Uso de pantallas en la infancia

 


La primera infancia es un periodo decisivo para el desarrollo neurológico, emocional y social del ser humano. Durante los primeros tres años de vida, el cerebro crece a un ritmo incomparable, formando conexiones neuronales que sentarán las bases de la atención, el lenguaje, el autocontrol, la creatividad y la capacidad de relacionarse con los demás. En este contexto tan delicado, la exposición a pantallas —ya sean teléfonos, tabletas, televisores o dispositivos electrónicos— se convierte no solo en un estímulo inadecuado, sino en un factor que puede interferir de manera significativa con un desarrollo saludable.

En primer lugar, el uso de pantallas en menores de tres años afecta directamente la maduración del cerebro. Los niños pequeños aprenden a través del movimiento, la manipulación de objetos reales, el juego sensorial y, sobre todo, la interacción humana. Las pantallas ofrecen estímulos rápidos y bidimensionales que no requieren exploración activa. Esto limita la formación de habilidades fundamentales como la percepción espacial, la coordinación motora y la resolución de problemas.

Además, numerosos estudios señalan que la exposición temprana a pantallas se asocia con retrasos en el desarrollo del lenguaje. El lenguaje es social por naturaleza: surge del contacto directo, la mirada, los turnos conversacionales y la imitación. Una pantalla no mira, no responde al ritmo del niño ni adapta su comunicación a las necesidades del pequeño. Incluso los programas “educativos” carecen de la reciprocidad esencial que sí se da en una interacción humana.

No menos importante es el impacto emocional. Las pantallas pueden convertirse en herramientas que sustituyen el acompañamiento adulto, dificultando la regulación emocional. Los niños pequeños necesitan aprender a tolerar la frustración, esperar, compartir y calmarse. Si ante cualquier malestar se les entrega un dispositivo para “entretenerlos”, se pierde una oportunidad crucial para enseñarles a gestionar emociones de manera saludable.

Suman a estas preocupaciones los efectos observados en la calidad del sueño. La luz azul y la sobreestimulación reducen la producción de melatonina, dificultando que los niños concilien el sueño y alterando sus ciclos de descanso. El sueño deficiente en los primeros años se relaciona con problemas de atención, irritabilidad y dificultades cognitivas a largo plazo.

También es esencial considerar el papel del adulto. El uso de pantallas no solo afecta al niño que las mira, sino también a los padres o cuidadores que, absortos en sus propios dispositivos, disminuyen la cantidad y la calidad de la interacción. La llamada “distracción parental digital” puede perjudicar el apego seguro, base del bienestar emocional y social.

Por último, debe comprenderse que evitar pantallas no implica privación, sino protección. Los niños pequeños no necesitan tecnología: necesitan juego libre, naturaleza, música, movimiento, cuentos, contacto humano y rutinas afectivas. 

El desafío no es excluir la tecnología, sino enseñar desde el principio a convivir con ella de manera equilibrada y saludable. Y esa enseñanza comienza con nuestro ejemplo: mostrando que las pantallas son herramientas, no sustitutos; que la atención compartida vale más que cualquier video; y que el tiempo en familia es el mejor estímulo que un niño puede recibir.

Por todo esto, el llamado es claro: usemos las pantallas con responsabilidad, moderación y conciencia, asegurando que los primeros años de vida estén llenos de experiencias humanas, ricas y reales. Los niños merecen un comienzo en el que lo más importante sean ellos, no los dispositivos que los rodean. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda evitar la exposición de pantallas en menores de 2 años y limitar el tiempo a un máximo de 1 hora diaria para niños de 2 a 5 años.

Por estas razones, y en defensa del bienestar integral de los más pequeños, es necesario reducir o eliminar el uso de  las pantallas en  menores de tres años. La mejor inversión en su futuro es ofrecerles presencia, experiencias reales y un entorno que respete los ritmos naturales de su crecimiento.

Como docentes que debemos favorecer la competencia digital, apostamos por actividades interactivas digitales  pero en la que el adulto participe de manera activa junto con el niño,   con tiempos acotados y contenidos de calidad en tiempos muy breves y en ningún caso en menores de dos años.

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